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La línea de los sueños

El silencio de tu respiración cuando duermes profundamente; tus talones, a salvo de cualquier falla a pesar del terremoto que desencadenas con los tacones;   la forma de morderte el labio inferior cuando no entiendes algo y no tienes nadie cerca;   tus andares de bruja sobre las cazuelas, y esa envidiable habilidad para esparcir especias sin que ninguna se quede pegada a tus dedos;   tus andares, en general, con el marcado acento en los dedos de tus pies, donde cargas el peso, quizá eso explique lo de los talones, no sé; que nunca señales con el dedo, como las niñas bien;   la línea de los sueños, esa que se forma entre el principio de tus costillas y el inicio de tus caderas; la manera en la que toda la ropa interior se adapta a tu cuerpo como una segunda piel; el modo en el que abrazas cuando llevas solamente cinco minutos despierta; el modo en el que muerdes cuando te quedan solamente cinco minutos para dormir; que nada se te rompa, nunc...

Catenaria

catenaria adjetivo/nombre femenino 1. [curva] Que forma una cadena, cuerda o cosa semejante suspendida entre dos puntos que no están en la misma vertical. 2. nombre femenino Cable de tendido eléctrico en ferrocarriles o metropolitanos. 3. Tú. Porque la curva que forman las formas de tu cuerpo permanece como una unión inestable entre el plano en el se encuentra tu mirada, arriba, y aquel en el que descansan tus caderas, que es también en el que encontramos la mirada del resto; porque en ocasiones me parece que cuelgas de los cielos, sostenida solamente en este mundo por una mano invisible, y  sobre todo porque pasa a través de ti una corriente eléctrica que me pone los pelos de punta cada vez que cualquiera de mis dedos viaja de un lado a otro de tu cuerpo. 

Libro y firma

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Los restos de la derrota son 62 páginas de poesía directa y cargada, como las mejores armas. Un paseo por las pérdidas y por los fracasos. Como dice la cuarta de cubierta, una exploración personal de algo que todos hemos hecho magníficamente bien alguna vez: perder. Es también mi primer poemario (editado) y ya se puede comprar en la tienda virtual del editor, Baile del Sol: http://www.latiendadebailedelsol.org/277-moro-roberto-los-restos-de-la-derrota.html En un par de semanas, además, estará en (algunas) librerías. Antes de eso, para los que están por Madrid, estaré firmando ejemplares el lunes 8 en la caseta 50 (Maidhisa) de la Feria del Libro, de 18h a 19.30h. Allí ya está a la venta, para los que quieran darse una vuelta este fin de semana de casi verano.

Descalzos

No andes descalzo, repetían nuestras madres, los resfriados entran siempre por los pies. No duermas con la ventana abierta, ni con la persiana subida. No tomes café más allá de las siete ni cenes más tarde de las diez, no serás capaz de dormir después. No trasnoches ni estés en cama hasta las doce. No veas tan cerca la televisión, te quedarás ciego, no metas los dedos en el enchufe, no te acerques tanto a la barandilla del balcón ni saques la cabeza entera por la ventanilla del coche. No salgas a la calle con el pelo húmedo, ni te pongas la ropa mojada, no des limosna a los mendigos ni conversación a los extraños. Sobre todo no des conversación a los extraños. Come pescado al menos una vez a la semana y cinco piezas de fruta al día.     Decían las madres, y lo pienso yo mientras paladeo un zumo de naranja natural, que han exprimido en la cafetería del museo, tan turística y aséptica. Tan ajena a los horarios, ha sido el único lugar decente que nos ha ofrecido de des...

Los jueves del futuro

Tú más que nadie sabes que el ejercicio nunca ha sido mi fuerte. Y sin embargo ahora corro treinta kilómetros a la semana y en verano ya no sudo cuando hacemos el amor, solamente un poco cuando follamos. Mi bolsillo se ha ido agrandando, y tiene pequeños agujeros por los que las monedas caen a veces. Nos reímos, nuestra risa es tan fuerte que tras ella se pierde el sonido de las monedas que se cuelan en la siguiente alcantarilla. Y da igual el dinero entonces.   Ya no te hago subir al cielo cada día, dices, pero te he llevado a las alturas dos veces este año. Hemos mirado hacia abajo y nos hemos besado, porque lo del muérdago siempre nos pareció tal chorrada que preferimos darnos besos de tornillo en los teleféricos. Bajo las nubes, aunque sean de tormenta. Conoces mi cuerpo y sin embargo no sabes aún cómo sabrá la sal en mi cuello a los treinta y cinco años. Conoces mi lengua pero no puedes adivinar qué te dirá mientras estamos mirando lo...

Pequeñas mudanzas

No creo que queden lectores regulares de este intermitente blog, pero por si acaso hay alguno, y también para aquellos que caen aquí de vez en cuando y quieren seguir camino por la misma senda, he de decir que desde este marzo escribo también en Planisferio . Además he empezado a colaborar haciendo reseñas en Libros y Literatura . En los dos casos me encontrarán como Roberto Moro.  Seguirá habiendo poemas por aquí, seguramente uno al mes. Esto no se para...

Milagros

Hay milagros ocultos en la ruina de la rutina. La manera que tienen tus uñas de permanecer perfectas aunque les salpique la sangre de tus pacientes, carmesí sobre carmesí, aunque se empapen de la electricidad que guardan los pasamanos del metro y la descarguen después sobre tu columna vertebral. A pesar de que el frío de este invierno haya hecho saltar la mayoría de los termómetros, tiñendo la falda de la ciudad de mercurio burdeos, tus uñas han permanecido inquebrantables y su superficie se ha mantenido en los sueños húmedos de cualquier patinador. Aún en las noches en las que el cansancio se ha colgado de tus párpados, aún en los días pobres que transcurren entre las sábanas y los abrazos o en aquellos días de fiebre roja que te hacen arder y llorar casi al mismo tiempo puedo llevarme una mano tuya al pecho y con ella allí vencer la tercera guerra mundial sin miedo a recibir un impacto en el corazón. Con tus uñas como pendón y chaleco antiba...

Plan infalible

Si viviera al otro lado de la calle, si tuviera un piso a los quince o veinte metros que separan tu ventana de la ventana del vecino de enfrente, un tercero un tanto antiguo en el que los chirridos de la madera bajo mis pasos descalzos se confunden con los lamentos de las viejas de los pisos inferiores, un tercero sin ascensor, exterior en barrio animado pero silencioso, pasaría los días trabajando duro, muy duro, de ocho a diez, jugaría al golf con mi jefe, pelotearía a las secretarias, aprendería idiomas, programación, sopas de letras e incluso mecanografía; vendría la ministra de trabajo a mi trabajo y me harían un molde a escala para ponerlo de ejemplo en las escuelas de negocios. Los fines de semana cogería otro empleo. Tomaría de nuestros padres prestado aquel tiempo en el que un hombre podría ostentar dos trabajos a la vez, y sería el guardia seguridad que resguarda los sueños de algún Imperio del Mal o el comentarista más emotivo del Carrusel De...

Pequeños

Se ve desde aquí el invierno como una isla chiquitita. Del perímetro de una cama, el mismo que la palma de tu mano, cubierta en el paseo por la palma de mi mano y rodeada por mis dedos por todos sus lados excepto por tu muñeca ístmica.   Hay que creer en las cosas pequeñas, me dices.    Este invierno que nos parece tan magro irá engordándose de nubes negras y a base de pasar cada vez más tiempo en casa llegará un momento en el que ocupe todas las conversaciones en transportes públicos y programas matutinos. Entonces pasaremos los días más cortos deseando quitarnos de encima este hermano menor que ya no cabe por la puerta de la habitación; y las noches más largas frotándonos los pies como las moscas para volvernos incandescentes por un momento. Adelantaremos los relojes, viajaremos al hemisferio sur, pero no lograremos quitárnoslo de encima hasta que una mañana mire por la ventana y vea, desde allí, una primavera, mínima com...

Ella y los espejos

#1 Hay un momento en el que se mira al espejo en el que la puedo ver de frente y de espaldas al mismo tiempo; yo sigo sentado en la cama y ella, descalza, prueba la resistencia del suelo al calor que desprenden las plantas de sus pies, ese calor que al calor del resto de su cuerpo desciende del centro de su pecho y va a parar a las baldosas de la habitación, a una de cada dos o tres, como en un tablero de ajedrez pintado por un borracho. Ella me ve a la vez, me contempla mientras se ajusta los pendientes y, desnuda, prueba la resistencia del espejo ante la luz que le hace llegar la mirada que me lanza a su través. Y comprueba también mi resistencia, baila un poco manteniendo a la vez tensa la cuerda que conecta nuestras pupilas, tan tensa que parece imposible que no la vaya a romper alguno de los dos; baila, mueve las caderas y con las caderas su cuerpo entero se cimbrea, la habitación da vueltas sobre sí misma, encoge y estira el abrazo de cuarenta grados que nos tiene pegados ...